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Disfrutar de un amanecer

“Mi vida como persona con discapacidad era monótona, aburrida, superficial, sin ninguna motivación más que mi contacto con Frater. Una tarde, sin previo aviso, el infarto.
Diez días en la UCI y un mes de hospital; días de alucinaciones provocadas por la sedación, miedo a un futuro incierto y desmotivación.
Mi forma de ver la vida cambió. Comencé a fotografiar cosas aparentemente sin importancia: una flor, un ave, un amanecer, unos rayos de sol entre los árboles…

Empecé a ser más alegre y empático. Otra cosa que cambió fue la necesidad de contacto, abrazos, besos… y, sobre todo, la sonrisa de los niños al saludarme por las mañanas cuando van al colegio y me dicen: ‘¡Buenos días, amigo!’.
Por todo esto y otras cosas más ahora soy feliz y puedo gritar: ‘¡QUÉ BELLA ES LA VIDA!’” (Santos Cuadros).

“Estando ya en el Maset, durante un mes y medio me temblaron las piernas. Me tenían que ayudar para vestirme, ir al baño, quitarme la ropa… Iba todos los días en una silla de ruedas. Fui al médico, me cambiaron las pastillas… Me pidieron cita para el neurólogo, que me mandó una analítica completa y una electromiografía (he de volver en octubre). De todos modos, ahora estoy bien. Con fuerza de voluntad, les pedí a las fisios Judit y Davinia andar poco a poco por el gimnasio. Además, en mi cuarto intentaba hacerme las cosas yo sola.

Gracias a esta desagradable experiencia, empecé a valorar mucho más aquellas pequeñas cosas que siempre había podido hacer: vestirme yo sola, sentarme en el váter, caminar… A veces, por desgracia, tiene que pasarnos algo negativo para darnos cuenta de las cosas positivas que podemos hacer en la vida” (Dori Torreblanca).

“A mí me hicieron un trasplante cardiaco hace veinte años debido a mi distrofia muscular. El corazón empezó a crecer sin darme apenas cuenta. Me dieron la noticia de que, si quería vivir, tenía que trasplantarme el corazón. Una vez recuperado del trasplante, empecé a tomar las pastillas para evitar el rechazo. Entonces tus defensas bajan un poco. Mi discapacidad avanzó y llegó un momento en el que yo no me podía levantar por mí mismo (me pegó la distrofia en la cintura). Empecé a utilizar una silla de ruedas y busqué un centro de día, el Maset de Frater, para personas con discapacidad. Me di cuenta de que yo no era el más discapacitado del mundo. Y mi familia, mis compañeros del centro y los monitores me ayudaron a levantar la moral. Hace cinco años que estoy aquí. He encontrado gente que me han sabido entender. Creo que he descubierto cosas que, para mí, estaban totalmente escondidas. El arte y el amor por muchas cosas a las que antes no les daba importancia” (Víctor Valls).

“Durante varios años yo me sentía mal conmigo mismo debido a mis limitaciones físicas. Eso me hacía comportarme de una manera irracional. Mi mirada de la vida cambió gracias a una psicóloga que me ayudó a mejorar mi estado emocional, potenciando las cosas positivas. La principal enseñanza fue aceptarme a mí mismo. Hoy en día esa psicóloga se ha convertido en una gran amiga” (Julio César Salinas).  

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